jueves, 31 de marzo de 2011

La vida desde la vida, y a la inversa



Él: En aquella ciudad todas las personas llevaban un aparato de pensar bajo la sien derecha. Era un minúsculo chip que les insertaban a los bebés nada más nacer, con una cánula. Sebastian Luna no había sido una excepción, en su quinto minuto de vida recibió un chorro de colores y signos, de señales y sonidos clasificados por frecuencias y tonalidades, de olores que nunca se olvidan, de tactos de caricias que aún no había sentido, de mil sabores como mil alfileres clavadas en sus papilas, de mil recuedos de cosas que nunca recordaría haber vivido y un acontecer. Sebastian, como todo el mundo, crecío ensimismado y perdido entre tanta información que le cubría hasta las orejas de la noche a la mañana. Todo el mundo se lo sabía todo, todo el mundo se paraba en la misma esquina a olisquear el mismo pasado, todo el mundo soñaba en fila india y pedía turno para despertar en el mismo momento. Un día, cuando ya sus recuerdos se amontonaban junto a los que nunca habían sido suyos, Sebastían decidió pasear por el barrio de las calles empinadas. Nunca se había atrevido a tanto. Hacía un sol de plomo y su chip le pitaba en los oídos que no debía seguir por allí, pero habían demasiados segundos iguales, demasiados pasados paralelos, demasiados porqués enlatados. La fatiga ya no le dejaba respirar cuando desde una esquina una muchacha le gritó antes de soltar una marejada de risas: “Eh, tú, el de los ojitos verdes: ¡esa polla que no pase hambre!” Sebastian oyó el cántico de la sirena como si nunca hubiera almacenado dentro de sí todos los cánticos muertos. No fue capaz de dar un paso más. La muchacha le miraba con miel y las volutas de risa se desparramaban calle abajo hasta inundar de mañanas los instantes caducados desde aquella cuna. Sebastían tartamudeo un te quiero que no sabía querer aún, se reptó hasta la misma esquina de aquella risa minifaldera y plantó un par de dedos en el mapa de las nubes de aquella criatura. El pitido del chip se volvió insoportable para cualquiera que no fuera el que besaba a Violeta. No sabemos cómo fue ni cómo pasó. Dicen que Violeta dibujaba alas cuando miraba, dicen que los cielos se fundían en lluvia cuando ella lloraba, dicen que sus palabras se convertían en pelusas nada más las pronunciaba, pero lo único cierto es que Sebastían comenzó a llorar como bebé y palmada.


Ella: Los campos de lavanda se agitan coreográficamente. Piel de erizo y aire que devuelve aroma purpúreo. Tanto oxígeno en los pulmones que una grieta, y otra grieta, y otra, hasta que el cuerpo roto bajo el sol se deja puesto, nadamás, el momento de cien años en que la puerta de la cabaña se abre y el olor del pan, la mantequilla, el café, sus ojos y la sonrisa a punto de abrir las piernas, redimensionan las cuatro letras de la palabra vida.

2 comentarios:

Noelia Palma dijo...

sí, escriben en prosa, pero es poesía.
sí, no
no dejo de leerlos!

abrazos

Luna dijo...

Yo creo que Violeta cuando mira, inunda el alma de una lluvia colores. Entoces la palabra VIDA no es mas que Violeta riendo.